En mi imaginación, Alaska siempre ha representado el Gran Norte, un inmenso territorio inhóspito lleno de grandes bosques y lagos, glaciares y montañas nevadas, clima extremo, osos, ballenas, trineos tirados por huskies, buscadores de oro y aventuras épicas.
Toda la historia de Alaska es pura leyenda, incluyendo su compra por Estados Unidos a Rusia en el año 1867 por la hoy ridícula cantidad de 7,2 millones de dólares, pasando por la fiebre del oro de finales del siglo XIX, que hizo millonarios de la noche a la mañana a unos centenares de aventureros idealistas a cambio de crear decenas de miles de desgraciados, o el catastrófico desastre ecológico que supuso el encallamiento del petrolero Exxon Valdez en 1989, precisamente en el área que hemos estado recorriendo hace quince días. Afortunadamente ya no quedan restos apreciables de ella.